El demonio es real, cómo evitarlo
Hay verdades incómodas que el mundo moderno prefiere callar. Entre ellas, la existencia del demonio. Pero el Papa Francisco nunca tuvo miedo de hablar de este enemigo espiritual. No como un símbolo abstracto, ni como una metáfora del mal, sino como una presencia real, concreta y astuta, que busca confundir, dividir y devorar el alma humana.
Lo ha dicho más de una vez, con claridad y convicción: el demonio no es una fábula. Es alguien. Un ser personal, que actúa, que observa, que espera el momento propicio para tentar, herir y apartarnos de Dios.
No dialogues con él
Una de las advertencias más insistentes del Papa es clara: nunca dialogar con el demonio. No porque falte coraje, sino porque es un maestro del engaño. Conoce nuestras debilidades, sabe cómo disfrazarse de luz y sembrar dudas. Si no consigue alejarnos con un golpe, vuelve con refuerzos, con otras tentaciones más sutiles, más seductoras.
Francisco lo dice con palabras fuertes, pero necesarias: “Es más inteligente que nosotros. Nos hace dar vueltas. Terminas mal si entras en diálogo con él. Solo con la fe, con la Palabra de Dios, podemos defendernos”.
La estrategia de Dios es otra
Frente al engaño del demonio, Dios no responde con astucia, sino con verdad. No manipula, invita. No presiona, ama. Y ese amor desarma.
Cuando Jesús fue tentado en el desierto, no discutió con el maligno. Le respondió con la Escritura. La única forma de resistir al mal es aferrarse a la Palabra, orar con humildad, pedir la protección de Dios y vivir en comunidad. Solo no se puede. Nadie se salva solo.
El mal no se combate con fuerza humana
Francisco insiste: no es con voluntarismo, ni con recetas mágicas que uno se libra del mal. Es con discernimiento, con humildad y con la gracia de Dios. El demonio no tiene poder cuando encuentra un corazón que reza, que se confiesa, que ama, que perdona.
Por eso habla tanto del sacramento de la reconciliación. No porque haya que obsesionarse con el pecado, sino porque la confesión es un lugar donde el demonio pierde. Porque ahí entra la luz, y donde hay luz, el mal no puede permanecer.
Un enemigo que conoce tus grietas
El Papa también nos recuerda algo esencial: el demonio no entra por la puerta principal. Busca las rendijas. Las heridas sin sanar. Los enojos guardados. Las culpas no perdonadas. Por eso la vida espiritual no es un lujo, es una urgencia. No basta con “ser buenos”. Hay que estar despiertos. Hay que pedir discernimiento, y tener el coraje de rechazar al tentador desde el primer instante.
Porque si se instala en la mente, si logra su primer sí, entonces vuelve con más fuerza. Como lo hizo con Jesús, como lo hace con cada uno de nosotros.
¿Cómo evitarlo, entonces?
No hay secretos ocultos. El camino lo dio Cristo mismo:
- Escuchar la Palabra cada día.
- Orar con confianza.
- Confesarse con humildad.
- Buscar el bien, aun en lo pequeño.
- No ceder al orgullo de creer que podemos solos.
Y sobre todo, pedir ayuda. A Dios, a María, a los santos. A la comunidad de hermanos que caminan con nosotros.
Una fe lúcida y valiente
Francisco no quiere cristianos ingenuos ni temerosos. Quiere discípulos valientes, con los ojos abiertos, el corazón firme y la oración constante.
El demonio existe, sí. Pero también es cierto que está vencido. No por nuestras fuerzas, sino por la cruz.
Lo importante no es temerle, sino no subestimarlo. Y, sobre todo, no olvidarse nunca de que el mal no tiene la última palabra. La tiene Dios.