Un pastor con olor a oveja

En el corazón del Evangelio, resuena una llamada constante, una invitación a reconocer el rostro de Cristo en los más vulnerables, en aquellos que la sociedad a menudo descarta, olvida o ignora.

El Papa Francisco, con su vida y sus gestos, nos recuerda esta verdad fundamental. Su pontificado es un testimonio vivo de la opción preferencial por los pobres, una opción que no es ideológica, sino evangélica, que nace del encuentro personal con Jesús y del reconocimiento de su presencia en los últimos.

Mirar a los ojos a la exclusión

¿Cómo no recordar sus visitas a las cárceles, a los hospitales, a los barrios marginales? En cada encuentro, una mirada de ternura, una palabra de aliento, un gesto de cercanía que derriba muros y construye puentes.

Él nos enseña que la verdadera fe se manifiesta en la caridad, en la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de sentir su dolor, de compartir su sufrimiento. No se trata solo de dar algo, sino de darnos a nosotros mismos, de ofrecer nuestro tiempo, nuestra escucha, nuestro amor.

La Iglesia, casa de puertas abiertas

Francisco nos invita a construir una Iglesia que sea casa de puertas abiertas, un hospital de campaña donde todos sean bienvenidos, especialmente aquellos que han sido heridos por la vida. Una Iglesia que no juzga, sino que acoge; que no condena, sino que perdona; que no excluye, sino que incluye.

Su ejemplo es un desafío constante para cada uno de nosotros. Nos interpela a salir de nuestra comodidad, a dejar atrás nuestros prejuicios, a romper con la indiferencia, y a dejarnos tocar por la realidad de los que sufren.

Que la luz del Evangelio, que brilla en la vida del Papa Francisco, ilumine nuestro camino y nos impulse a ser instrumentos de la misericordia de Dios en el mundo.