Cuando pensamos en el Papa Francisco, lo primero que nos viene a la mente es su sencillez, pero esa humildad viene de algo mucho más profundo. Desde joven, abrazó la espiritualidad de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola. Y esos principios, tan simples pero poderosos, han guiado toda su vida, desde sus años en Argentina hasta su tiempo como Papa.

¿Y qué significa ser jesuita, realmente?

Los jesuitas tienen una forma de ver la vida que no es fácil de encontrar. Son conocidos por su entrega total a Dios, por un deseo inquebrantable de servir a los demás, pero también por algo que me toca mucho: esa constante búsqueda de “encontrar a Dios en todas las cosas”. No solo en la iglesia o en el momento de la oración, sino en el trabajo diario, en la familia, en los encuentros sencillos. Su lema, “Ad Maiorem Dei Gloriam” (Para la mayor gloria de Dios), lo dice todo: vivir para honrar a Dios en cada cosa que hacemos, sin importar lo grande o lo pequeño.

Me parece que lo que más me impacta de los jesuitas es su educación, esa búsqueda constante de ser mejores, de hacer las cosas bien, pero también su disponibilidad. Siempre dispuestos a ir a donde más se los necesita, sin que les importe el sacrificio.

¿Cómo vemos estos principios reflejados en el Papa Francisco?

Desde su primer día como Papa, Francisco nos dio ejemplos de lo que significa vivir como jesuita. Recordemos su decisión de vivir en una residencia sencilla, en vez del lujoso Palacio Apostólico. ¿Quién de nosotros habría tomado esa decisión? Es una forma de mostrar que la riqueza no está en el poder ni en el lujo, sino en el servicio y la cercanía con los demás. Y es algo que no solo predica, sino que practica.

Su cercanía con la gente, su amor por los más necesitados, la forma en que habla sin miedo a llamar las cosas por su nombre, me hace pensar que ese “encontrar a Dios en todas las cosas” está presente en cada uno de sus gestos. Su defensa de los pobres, de los marginados, y de la tierra que todos compartimos, nuestra casa común, no es casual. Es una consecuencia de esa fe vivida con el corazón abierto.

¿Y nosotros? ¿Podemos hacer algo parecido?

Sé que no todos podemos ser jesuitas ni mucho menos Papa, pero eso no significa que no podamos llevar un poco de esa espiritualidad a nuestras vidas cotidianas.

Te pregunto: ¿no podríamos encontrar a Dios en lo que hacemos todos los días? En las pequeñas cosas, como en un café por la mañana o en un abrazo a un amigo.

Algunas formas simples en las que podemos intentar vivir este espíritu son:

  • Buscar a Dios en todo: ¿Te has detenido a ver cómo Dios está presente incluso en los momentos difíciles? A veces, es solo cuestión de mirar con otros ojos.
  • Ser personas de servicio: No siempre hace falta algo grande para ayudar. Con gestos pequeños, con un oído atento, o una mano tendida, podemos marcar la diferencia.
  • Vivir con humildad: A veces la humildad está en reconocer que no lo sabemos todo, en confiar más en Dios que en nosotros mismos. Y eso, créeme, no es fácil.
  • Cuidar la creación: Dios nos dio este planeta, ¿no deberíamos ser más agradecidos y responsables con él?
  • Tener un corazón misericordioso: Perdona, escucha, acompaña. A veces, la vida nos pide que demos más de lo que creemos, pero es en esos momentos cuando más crecemos.

Cada pequeño acto de amor, de servicio, de generosidad, es un eco de lo que Francisco nos muestra cada día. No hace falta ser un líder mundial, basta con vivir lo que ya tenemos a nuestro alcance.

“Señor, que podamos vivir cada día buscando tu mayor gloria, sirviendo con alegría y caminando en humildad, como nos enseñaron San Ignacio y nuestro querido Francisco.” 🙏